miércoles, 1 de octubre de 2008

LI

Seguramente hayan divagado alguna vez sobre la constancia de los colectiveros, ¿no es cierto? Está contemplado que nunca se hayan detenido a pensarlo, pero creo que es algo que nos pasa a muchos. Pensar que tenemos que subir a ese vehículo compartido, apretujados e incómodos, comenzando así lo rutinario de nuestros días; pero así y todo, no viendo lo verdaderamente invariable de realizar el mismo recorrido una y otra vez, sin poder esquivar siquiera el tránsito, un semáforo, o tener la libertad de tomar un atajo. Y cuánto más claustrofóbica resulta la idea de saber que se cruzan con centenares de otros seres humanos, iguales a ellos, pero que siquiera les dirigen la mirada, ni atinan a esbozar un frío "buen día". Claro, estamos los que dependiendo de nuestro estado de ánimo, saludamos para hacer menos alienante su cotidianeidad. Y aquellos que nos sabemos civilizadamente sociables, creemos ser héroes del saludo, más allá de ofendernos (al menos internamente) si no responden al mismo, por lo desagradecido de su obrar. Lazos mecánicos, relaciones de conveniencia, intersubjetividades alteradas y encandiladas por las luces de una ciudad esquizofrénica. Welcome to the Machine.

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