viernes, 31 de octubre de 2008

LXXX

En su cómodo e imperturbable andar (con la ataraxia de una suave hojita ingenua), sólo alzó la mirada al ver un trozo de bosta meticulosamente moldeado. Sacó las llaves y volvió a maldecir mirando al cielo, ésta vez por la constante y existencial abulia que prevalece en los vecinos de Santa Rita. Al menos, en la simpleza de salir a la calle con una mera bolsa de supermercado para recoger necesiades ajenas, en este caso, las de sus mascotas. Cuidado, no crean que con una bolsa no puede ir uno recogiendo los sueños o las carencias de nuestros hermanos. ¡Claro que podemos! E incluso, existen casillas de cambio donde se compran esas bolsas, en trueque por viejos sueños ya marchitos por la cruel e incesante absorción de un Roca de inexpugnable validez, más allá de lo contradictorio que ésto resulte. Amaro sabía de eso, pero siempre se mantvo al márgen. Casi diría, rozando los ojales de un papel más puro que la cotidianeidad del aire. Enardecido como de costumbre, llegó a su casa sin saber que en la pantalla de su laptop lo esperaba una vasta amalgama de concepciones espirituales y metafísicas, dispuestas a no darle tregua a su angustia existencial, propia de los habitantes psíquicos del Dasein.

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