lunes, 27 de octubre de 2008

LXXVII

¡Me cago en la leche! Aún sin decidirme, oscilo entre lo más misógino y lo excesiva e inútilmente enamoradizo que hay en mí. A veces las detesto, no quiero verlas ni en fantansías. Otras, busco que llenen las heridas abiertas sin cicatrizar que quedaron marcadas a fuego. Son alcohol en estado puro. Alcohol que se filtra por mi sangre y me hace perder en el néctar sutil del desdén. Desorientado, aún bajo rayos ultravioletas, prestidigito suaves besos del más allá, que se filtran entre las redes de la realidad real, y la realidad perdida. Un viaje al pasado y al futuro. A la vida y a la muerte, parte de la mandala infinita que hospeda y acongoja nuestras ánimas. Un corazón no se endurece porque si, Carlitos. Y vos lo sabés bien. Haceme el favor de descorchar esta botella y dejar el corcho a mano, por si quiero volver a pensar. Una concepción verticalista enceguece nuestros sueños. Acostémonos, para volver a soñar. Todo ésto es en vano, como no dormir.

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