jueves, 23 de octubre de 2008

LXXIII

A veces, tanto lo ardiente de los rayos del sol, como lo claro de un cielo celeste y despejado, pueden inducir equívocamente a nuestro olfato, a la percepción de un aroma más que familiar en ese mes de 90 o 91 días que es el verano. Y desde hace unos días, siempre que las condiciones sean propicias, siento el dulce, denso y grasoso aroma a protector solar, esté donde esté. En la plaza o en la oficina, solo o acompañado, caminando por Corrientes rumbo a la 9 de Julio, o por la 12 de Abril en dirección al Río Uruguay. Y la inconstancia de las sensaciones que ésto genera en mi interior, es difícil de explicar. A veces es nostalgia por los veranos compartidos que viví estos últimos años, y otras es felicidad, soltura y desapego, que regala el caliente aire veraniego. Imagino las sombrillas y la playa, los amigos y las montañas, distintos paisajes que representan paralelamente, distintos pasajes de mi vida. En fin, ese bendito protector solar que tanto siento en cada rincón, es motivador de una demente y prolongada alucinación, desde lo más abyecto, hasta lo más hermoso y pintoresco de mi pasado, presente y futuro. Let it be.

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