jueves, 18 de julio de 2013

Abejas

Einstein dijo, alguna vez:

—Si las abejas desaparecieran, ¿cuántos años de vida le quedarían a la tierra? ¿Cuatro, cinco? Sin abejas no hay polinización, y sin polinización no hay plantas, ni animales, ni gente.

Lo dijo en rueda de amigos.

Los amigos se rieron.

Él no.

Y ahora resulta que en el mundo hay cada vez menos abejas.

Y hoy, Día de la Tierra, vale la pena advertir que eso no ocurre por voluntad divina ni maldición diabólica, sino por el asesinato de los montes nativos y la proliferación de los bosques industriales; por los cultivos de exportación, que prohíben la diversidad de la flora; por los venenos que matan las plagas y de paso matan la vida natural; por los fertilizantes químicos, que fertilizan el dinero y esterilizan el suelo, y por las radiaciones de algunas máquinas que la publicidad impone a la sociedad de consumo.

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De "Los hijos de los días", Siglo XXI, Buenos Aires, 2012. * Eduardo Galeano


jueves, 20 de junio de 2013

¿Qué te gustaría ser si no fueras lo que sos?

¿Qué te gustaría ser si no fueras lo que sos? A mí algo como el viento. Que sopla y se inmiscuye en rendijas donde nadie lo invita, ni lo espera. El mismo que aviva un fuego o que da vueltas un paraguas en plena tormenta. Uno que nace del aire, obedeciendo patrones climáticos y flujos de temperatura. El que sopla incesante y acaricia las copas de los árboles, en París y en Buenos Aires. Hoy, soy viento. Por propuesta de César Bruto y de Julio, el exquisito.



martes, 4 de junio de 2013

Cables cruzados

Los días algunos son como un cable visto a pequeña escala. Cada uno de ellos es, en realidad, centenares de cablecitos hilvanados en tal abrazo que, al torpe ojo ajeno, son sólo uno. Todos son bienvenidos a componer, a su manera, el producto final de su sinergia. Los hay flácidos; también más rígidos. Está el que quiere ponerse la corona de pelos y el que se pierde entre todos los demás, inadvertido. Esos demás, también están. Gracias a ellos por hacerlo y permitirme enlazar un Fender y una Les Paul, a través de la persistencia de su abrazo.


jueves, 23 de mayo de 2013

Por qué hoy


Veinticuatro horas, y cuatro años, pasaron del momento que disparó el ahogo en llanto más profundo de mi vida. Cuatro años después, no la lloré. Tampoco elegí recordarla en público, sino centrarme en mí después de este largo tiempo. Mirar adentro, mover piezas, ver si seguían vivas.

A lo largo de esta eternidad, desde el último beso inútil y el instante en que le juré una fidelidad real, distinta, me ocupé de cambiar el afuera. Trabajé dedicando tiempo, degradando prioridades y suprimiendo sentimientos, para que nunca más, nadie, tuviera que pasar por lo que pasamos su familia, amigos, tantos otros y yo. Y ese tiempo, esas prioridades y, fundamentalmente, esa supresión sentimental, terminó por enquistarme en un cajón que saludé y enterré, pero me enterró con él.

Decidí escribirle hoy, porque los encargados de poner fechas somos Dios y nosotros mismos. No el mal encarnado en un ser humano despreciable. Decidí que el 22 no la recordaría, no como siempre, con tristeza y sumisión, sino con un esfuerzo voluntario por vivir más plenamente lo que a mí no me arrancaron del cuerpo. Porque su vida sigue presente en cada canción, en cada arcoíris.

Me entrego a su recuerdo el día en el que aquel pobre tipo no puede siquiera influirnos. Porque tu espíritu y el nuestro es superador al de la muerte. Porque todos, los dolientes y los que, por una extraña fortuna, ya no lo son, pululamos por el universo intentando dejar lo mejor de nosotros. Si no lo dejamos, faltamos un poco el respeto a esa excelsa oportunidad que nos ha tocado en suerte: la de vivir, con alegrías y tristezas, miedos y entusiasmos, locura y libertad.

Por eso te recuerdo hoy. Porque nadie me impuso recordarte en una magra efeméride. Porque me cago en la verdadera muerte que vive en su cuerpo vacío de nada, contando minutos en Marcos Paz. Esa es la muerte. Una que estoy empezando, tanto tiempo después, a dejar atrás. Una que me acompañó desde chiquito, que revivió furiosa una noche de diciembre y terminó por hacerme su esclavo desde que te fuiste.

Como ayer comencé a develar, suele ser el esclavo quien domina al tirano; es él quien le su entidad. Y es de ese sueño blindado de donde, tanto tiempo después, siento que estoy comenzando a despertar. Para volver a la comunión con vos, con ella, con él, con todo.

Hoy me permito escribirnos.
Hoy me permito llorarnos.
No ayer. Hoy.