sábado, 18 de octubre de 2008
LXVI
Se apaga el Viernes, y no acepto que me vengan con eso de que, en realidad, es un Sábado que ya se está encendiendo. Pocos momentos en la vida son tan claros como éste. Pocas veces nos vemos tirados en la catrera, soñando despiertos unas últimas palabras que, en este caso, plasmamos en una computadora. Así es la era tecnológica, que se apodera hasta de la bella previa a nuestros sueños, pero al menos brinda la posibilidad de releerse y, sin arrepentimiento, saber qué imaginamos al caer en un noctámbulo letargo. Teatro para ciegos, comida china/vegetariana, amigos en la puerta sin avisar, café en Nacha... Todo devuelve algo de sentido, por la novedad, digo. Y hubo días en que irrumpí Parque Rivadavia con el amor, los hubo a la orilla del río en Vicente López tratando de olvidar, y los seguirá habiendo, donde y siempre y cuando, la vida disponga. Porque soy su títere, y me reconozco como tal. Parte de este circo al que le crecieron los enanos, pero que pueden aprender a hacer otras cosas bien (posiblemente yendo a la escuela de Derek Zoolander). Juguemos juntos el juego de aprender a hacer otras cosas bien, para dar con esa ínfima pero infinita pulgada de integridad, una pequeña cuota de dignidad al mundo que nos alberga. No estaría de más.
Publicado por
Mauro Fernández
a las
2:59
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario