domingo, 5 de octubre de 2008

LV

Por más escéptico que uno sea, los reencuentros pueden ser de inimaginable satisfacción. El simple hecho de compartir una charla que nos debíamos hace tiempo con un viejo amigo (de esos que te entienden aunque haga años que tu nombre no aparezca en su Caller ID), me hizo sentir más en casa que muchas otras veces. Pero no digo en casa refiriéndome al ente inerte de cuatro muros y techo a dos aguas que puedan visualizar, sino en casa en mí mismo. Sabiéndonos ambos uno solo, sabiendo a los demás esenciales compañeros de ruta en el mismo todo, más allá de que su rumbo predilecto sea drásticamente inverso al nuestro. Bros, inmersos en una fucking lie. Y hablo en un persistente spanglish, para hacer inapié en esa burguesa intelectualidad tan debatida el día de hoy, y más allá de lo tanto más bondadosas que resulten ciertas expresiones anglosajonas. Nos repetimos doctrinas ajenas para reafirmar el escepticismo y la desazón que sentimos ante lo que nos rodea. Casi sin discutir, nos convencimos. Así supimos por ejemplo, que la terapia es un jabón existencial, y que la vida es un ininterrumpido e infinito zapping televisivo. 

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