domingo, 19 de octubre de 2008

LXIX

Hoy quiero escribirle a ella, que junto a mi papá, supieron darme el mejor regalo que se le puede dar a alguien en la vida: la libertad. No hablo de amor, de formación, ni de nada; ya que sin libertad nunca hubiese podido elegir a quién amar, cómo formarme, o qué camino tomar para llegar a esa tan ansiada y misteriosa extremaunción que nos aguarda en la convergencia de las banquinas de la vida. Me enseñó que nunca tengo que hacer lo que no me gusta que me hagan; que la mentira es sólo mentirse a uno mismo, es alejarse de la verdad y la integridad; que dos más dos, no siempre da tres, ni tampoco cuatro. Me prohibió comprar esa remera del Che Guevara sin saber nada de él, y me invitó a investigar sobre su vida. Luego fui yo quien no quiso comprarla. Su único error, creo que fue no escribir todo lo que me dijo, porque tuvo que soportar mis transferencias inconcientes, restándole mérito a todas las verdades a las que se anticipó. Mi vieja es esa persona que hoy no disfruta lo que le toca, pero no piensa que su vida fue siempre abrir puertas. Así, me abrió las puertas de la mente y del corazón, y en la obertura del alma, me permitió ser quien soy. Es el Edipo resuelto por infinitos mandatos sociales, pero que sigo amando como si fuese chico. Gracias viejo por ser igualmente importante en mi vida y, sin embargo, soportar que hoy le escriba a ella. Gracias vieja, no hace falta decir por qué.

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