lunes, 23 de noviembre de 2009
CCCXCIII: City Tour (8)
Del morral que pendía de su hombro, sacó un libro de poesía, de tapa barroca y artesanal. Se entregó al mundo de sus páginas ya amarillas de contar historias y romper corazones, y con una leve sonrisa dibujada, se escapó hacia otros veranos. Pasaban cuadras, paradas, pasajeros. Pasaba el tiempo y su compañía inigualable, y no había forma de despegarla de su libro que, claro, él no había visto. Con la mirada clavada en el afuera –que no era otra cosa que su miedo más profundo-, juntaba valor a cuentagotas y rompía el dique con cada pensamiento de rechazo. Mientras el retrovisor olvidaba la intersección de Bolivia y Juan B Justo, Víctor sintió un codazo en las costillas que lo hizo estremecer. La risita inocente apenas emitió sonido, casi al mismo tiempo que su voz de niña eterna, con el vibratto etéreo de sus sagradas cuerdas vocales, dijo: “Disculpame, siempre tan bruta”.
Publicado por
Mauro Fernández
a las
13:09
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2 comentarios:
hermoso cuento... hay q hacer poesia y si no poemancia...
que lindo encontrar esta ventana... y leerte
besos
Me alegro Mathilda, que te animes a mirar por la ventana, y no como el pobre Víctor. El cuento sigue su camino, cuando llegue el final lo sabrás, igual que su protagonista.
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