viernes, 13 de noviembre de 2009
CCCLXXVI: Sombras que también crecen
La noche encinta desgarra un corazón. El llanto ahogado de ese niño perdido, del vestigio de amores frustrados, se eterniza en la lágrima negra del abismo. Suave caricia es ilusión; retazo de espejismos. Ciegas soledades que se buscan a plena luz del día, rozándose con la manga izquierda, ignorando prójimas solemnidades. Desborde de perdones, ausentes compañías vespertinas que merman aquella innata voluntad de mimos en la mejilla. El apócrifo empirismo de un Rey triste y sin sonrisa que se inyecta en la yugular de la esperanza. Y esas torres siguen su camino al sol, sumiendo a esta tierra encantada en la penumbra del progreso.
Publicado por
Mauro Fernández
a las
23:20
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