miércoles, 17 de septiembre de 2008

XXXVI

Que duro es cuando la naturaleza nos resfriega en la cara, lo hermoso de su vastedad, lo inconmensurable de su belleza. Sin detenernos, podemos mirar al cielo yendo a buscar una botella de agua a la heladera, y cruzarnos con una luna cautivante, despojada de nubes y ceñida a ese cielo perseverante y compañero, que sabe nunca dejarnos solos. El dulce confort y paradójica calidez del frío exterior resulta, por lejos, más complaciente que el calor mecánico de la estufa de la habitación. Será que estamos tan acostumbrados a la comodidad, que no nos arriesgamos a dejarla atrás para probar la novedad. Sin embargo, ellá está ahí fuera, esperando paciente a que decidamos visitarla de vez en cuando, por más oportunista u obsecuente que resulte nuestra parada, para darnos un instante de alegría. 

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