domingo, 14 de septiembre de 2008

XXXIII

No se si será por la tristeza, pero podría afirmar que las ramas de los árboles, dibujan sombras tenebrosas, nunca antes vistas, en las paredes de la ciudad. La luna, claramente dejó de visitar al doctor Cormillot, porque está cada vez más gorda. Además se la nota cansada, sedentaria, sin ganas de salir y cada vez más cerca del horizonte. La gente se pierde en su caminar, y llegando a una desértica Plaza de Mayo, la escena es aún más angustiante. Ex combatientes, aún jóvenes, vendiendo caramelos para subsistir, y para no perderse en la pobreza del olvido. Diagonal Norte, rumbo al obelisco, parece una foto. Una de esas que tantos argentinos tienen que cargar al cuello, como una cruz inclaudicable, para inmortalizar a sus hijos; hoy, vestigios del pasado. Las pocas ganas de Lisandro para levantarse o incluso para destaparse, luego del terrible accidente que padeció y las peores consecuencias que padece, con tan sólo 18 años. La añoranza, no sólo material, sino de lo que fue y no volverá a ser. Pequeños y grandes detalles cotidianos y matutinos. Visiones de una Ciudad que suda nostalgias, agitada por querer huir de si misma. Buenos Aires, tanguera porque así lo quiso Dios. Porque la vida no es una fiesta, sino una herida absurda (gracias Polaco, Cátulo y Aníbal, se los debía). Porque sonreír en este mar de miseria, olvido e incomprensión, es de un nihilismo social catastróficamente profundo e irreversible.

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