domingo, 21 de septiembre de 2008

XXXIX

Al cruzar la puerta de El Balón, se detuvo por un instante, como si estuviese absolutamente desorientado. La incertidumbre que denotaban sus ojos, junto a los vaivenes de su cuello, a diestra y siniestra, en la búsqueda de posibles destinos; llamaron sin quererlo, a una solidaridad que en ese momento se encontraba personificada en cuerpo de mujer. La amable señorita, luego de ofrecer su ayuda, fijó una mirada intensa en los labios de Amaro y efectuó un guiño con su ojo derecho. La respuesta no se hizo esperar. -¿¡Pero usted está loca!?- exclamó. Y desdeñoso como sólo el podía ser, prosiguió, -Usted no es nadie, su vida no me importa. ¡Pero acaba de condenarme a descifrar el misterio oculto detrás de ese párpado, irreverente y juguetón, que nunca, pero nunca, aprendió a quedarse quieto!-. 

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