martes, 13 de enero de 2009

CXLVIII

Ésto es finito. Todo es finito. ¿Qué eternidad puede existir en un rito tan maquiavélico como el propio? La sangre corre a ríos por una tierra que parece querer absorberla. Corre desde el cráneo mutilado hasta el fuego donde renacen las ánimas. Donde se realzan en una danza indescriptible, compareciendo ante la bruja del tiempo. La bruja del tiempo y el espacio, que pincha certera en el corazón, pero desde adentro. El fuego que nubla color naranja, el repiquetear tempestuoso en el acero o en los tamboriles. La muerte expectante, vigila. El suspiro del miedo no encuentra aire para manifestarse y se ahoga en el bajo vientre, cosquilleando sobre mi parte más ínitma, faltándome el respeto, mostrándose omnipotente. Una sonrisa piadosa, ¡vieja bruja! Te miro y te abandono. Es tan fácil... Es tan fácil caer en el letargo voluntario. ¿Pero cómo salir? ¿Cómo? Diciendo adiós. Cortando el cordón y emprendiendo un retorno calmo a este mundo ordenadito, socializado, sin brujas que hagan daño ni craneos que se desangren sobre la tierra. O al menos sin que nuestros ojos quieran verlo.

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