miércoles, 28 de enero de 2009

CLXIX

Yo elegí 17 días. Lo elegí entonces y lo sigo eligiendo más allá de mis anhelos de eternidad momentánea, cuando nos hacemos menos que dos. 300 años connotan una inmortalidad no deseada. La muerte y la mutación, el despojo corpóreo y la libertad de las ánimas en su vuelo eterno hacia nuevas formas. Y si hoy sigo eligiendo 17 días, aunque el desgarro del adiós pueda ahogarme en mares de lágrimas e incertidumbre, es porque la vida, desde entonces, nunca va a volver a ser igual. Cada uno de esos días, cada uno de sus minutos, segundos, pueden llenar de magia los restantes 300 años. Como el aleteo de una mariposa blanca.

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