lunes, 5 de enero de 2009
CXLI
Hay sentimientos que este otro trucho aprendiz de Discepolín, no puede redactar. Hay canciones que por simples que parezcan, no cualquier ejecutante hace sonar. Hay historias pre-escritas, que algunos cobardes transeúntes de este lapso encarnado, no tienen los cojones de caminar. Y perseguidos por la escuálida, maldita y siempre apurada aguja roja, los zapatos van quedando fuera de talla. Las plumas, con destino ajetreado por los vendavales urbanos. Ráfagas ajenas que no las dejan ser, ni mojarse en tinta para eternizarse en un papiro. Las oxidadas cuerdas de acero, ya no emocionan ni al más arrabalero y melancólico curda de los bares de San Telmo. Por mi alto grado de honestidad debo confesar, sin saber si hay una vida después de la muerte, que hay una muerte después de la vida. Quizás incluso dos. Y que hay que disfrutarla aunque debamos tocar guitarras viejas, escribir sobre la piedra o andar descalzos sobre un asfalto hervido.
Publicado por
Mauro Fernández
a las
3:03
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