martes, 13 de enero de 2009

CXLVII

Y así, el puente se hace espuma en sus intrépidas y rabiosas comisuras, que se funden en un todo cada vez más parecido a la nada. Esa nada que no sabe de plagios ni fraudulencias. Que no persigue más que a su propia cola, eternizándose en un revoloteo sordo, blanco y plumífero, sobre el reflejo del sol que descansa en las aguas del Pacífico. También así, las vigas, excelentes anfitrionas, se construían mágicamente delante de ellos para llevarlos cada vez más cerca del horizonte. Un insomnio perpetuado en el firme paso de esos cuatro piecitos que dejaron sus huellas en un puente inhóspito. Suyo, como la nada de la que son parte. Esa que enciende el motor del rabo canino para su excitado bamboleo; la que detiene en el aire una gota de agua, dejando al desnudo su tímido arco iris interior, junto a toda su principesca vitalidad. La nada de los que no esperan nada. La nada de los que tienen “todo” y aún así nunca dejan de caminar. Y no lo hacen, por vivir sumergidos en la búsqueda inquebrantable de la utopía edificada, invisible, en la convergencia del cielo y el suelo, del mar y las nubes, del sol y los jazmines. Y aunque sin certeza alguna sobre lo que ese puente -el suyo- les depare para sus vidas, ellos caminan. Keep walking…

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