miércoles, 24 de diciembre de 2008
CXXXI
Así la historia de Amaro y Baralides transcurre irrefrenable, entre encuentros digitales y ensueños interpersonales. Cruzan someros clicks con el mismo amor que se cruzan penetrantes miradas. Los encuentros repentinos son parte de su realidad. Y así se van liberando mutuamente, inmiscuyéndose cada vez más en un todo que está reservado sólo para ellos dos. Para Santi y Santiago fue la muerte; para los amantes esclavos de un laberinto sin fin, el suicidio y la trampa al destino, una nueva dimensión. Para ellos fue La Cápsula. Un lugar alejado del mundo, donde los colores, las escaleras marineras y los horizontes, se hacen infinitos. Cuatro paredes transpiradas por la pasión de un amorío profundo, se escurren como los paños grisáceos de Amaro, ante la mirada de su princesa. La de esa que ama, por que la conoce "lo suficiente", incluso desde antes de conocerla. Como en un oxímoron constante, un día en que decidieron volver a ver la oscuridad del día y abandonar la envolvente luz de La Cápsula, dejaron de recuerdo un pedazo de vida. Y lo obsequiaron con placer y total entrega, sabiendo que concebían un lugar con su propia energía vital, compuesta en parte con el amor de Amaro, y en parte con la belleza de Baralides. Flashes. Bajadas de párpados. Suspiros...
Publicado por
Mauro Fernández
a las
21:09
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