martes, 2 de diciembre de 2008

CXI

Hoy sentí, irrefrenable, la vehemecia de la nostalgia hacia adelante. Vi mis pies descalzos suspendidos, firmes, en el epicéntrico punto de quiebre de la historia urdida por vestigios pasados, acciones presentes e incertidumbres futuras. Un punto que puede ser vivido u olvidado. Interceptado o admirado. Enaltecido o añorado. La constancia ilógica de un miedo imbécil y pusilánime, por ser miedo antes que realidad. Por el incauto y prematuro temor a perder lo que siquiera nos pertenece. Enemigo íntimo, hermano de cama, besos, latidos. Compañero de viaje. Abrazo tus entrañas que son mías y te miro con ojos de adiós. Piernas juveniles e irreverentes, corriendo blanca fragata que zarpa. Convirtiéndose en artífices de la entrañable transparencia, de la querida presencia de mi ser. Ver al Sol Padre, reflejándose en océanos de incertidumbre y ver entonces, sólo entonces, un rostro auténtico y conocido. Inefables emociones se aglutinan en mi pecho que nunca deja de sentir. Abro los brazos e inundo un poco más el mar. Sólo un poco más. Miro al cielo y sonrío, fulgente y contagioso. Muero decidido y lentamente. Confinando mi presente a un nuevo amanecer. Ojos muertos llenos de vida, sonrientes y mirando al sol, ojos del ayer, ojos del mañana. Que amar es morir, que morir es poder y poder expresarme es también morir, pero de pie.

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