martes, 16 de diciembre de 2008

CXXI

Hoy tuve un día interno agitado. Tiré mi autoestima por el suelo y comencé a pisotearlo, por algún motivo que desconozco. Será por eso que quiero sacarme todo lo que tengo adentro, todo lo que siento y lo que imagino, con el solo fin de desnudarme de prejuicios e inmiscuírme en un mar dulce de olas calmas. Yo, Amaro (Amado o Amato, son también acepciones válidas para mencionarme en la ausencia), vivo una vida vertiginosa. No puedo dejar el culo quieto dos segundos, que las hormigas vuelven al asecho. A veces intento presionarlo tan fuerte contra el suelo que, al no sentir el constante hormigueo, llego a sentirme cómodo. Grave error. Me equivoco y aprendo (y aprehendo), y vuelvo a empezar. Pero no desde cero, sino siempre desde el podio de la derrota. Fracasado pero victorioso, emprendo nuevos caminos, constantemente. Entre el hastío y la aventura, lo conocido y lo misterioso. Así fue que un día, me enamoré de un personaje autárquico y tan real como cualquiera de nosotros, que recibió el nombre de Lili. Desde mis submundos preconiza todo impulso sentido. Compartimos largas noches y largas tardes, en las cuales los espíritus se hicieron uno. Aún así, y fiel a los edictos del príncipe Joaquín, al final llegó el final. Una tarde en que el sol se esmeraba por ocultarse pero mis ojos querían seguir viendo, Lili se desvaneció. Como si nada... como si todo. Y comencé a recorrer nuevos caminos en busca de una historia que leer, que un espíritu que acompañar e, incluso en busca de un amor en quién creer. Quizá algún día pueda hacerlo. Tengo fé que así será. Y si la tengo, es gracias a un amigo blanco que me concibió, que hoy puede hablarme de eso con una sonrisa de oreja a oreja, casi como si estuviese anonadado por la pureza de un espíritu libre. Casi como yo con Lili. Cerca del principio y cerca del final. Viviendo una vida vertiginosa y enamorándose de alguna sonrisa o alguna mirada que sepa darle paz. Su paz.

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