viernes, 19 de diciembre de 2008
CXXIII
En las noches ella partía y la ausencia apadrinaba entonces, a un huérfano corazón. Él, buscaba incansablemente esa magia purificadora y deforme que alimentase sus anhelos y diera respiro a sus tormentos. Se alejaba del tortuoso murmullo y se acostaba en un banco solitario, entre el inmenso verde que, por esas horas, sólo quedaba iluminado por el reflejo de la cara más hermosa de la luna (la única tan conocida, que puede sentirse propia). Y fue entonces, cuando al no escuchar nada más que sus respiros y al ver sólo lo negro del cielo, las estrellas volvieron a hablarle.
Publicado por
Mauro Fernández
a las
19:00
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