miércoles, 20 de agosto de 2008

XVII

Las tragedias se suceden y, hoy, se superponen. Es inevitable no hablar de Madrid, donde hasta ahora fuentes oficiales confirman 141 muertes. Ahora bien, mientras tanto transcurren momentos de sustancial importancia en "mi" tragedia. La mía y la de muchos más. Ese infierno unificador que nos supo descubrir vulnerables ante la extramaunción. Y hoy estamos sólo algunos pero, ¿y los demás? Ellos comparten el cielo con las víctimas de Madrid, con las de Paraguay, con las de Lapa, con las de Kheyvis. Pero también lo comparten con las víctimas del hambre, de la exculsión, de las guerras, del progreso paretista. "Los dolores que quedan son las libertades que faltan", proclama el Manifiesto Liminar de la reforma universitaria del 18. ¿Y cómo no? La muerte no es castigo, más que el dolor de los vivos por no tener la libertad de regalarse momentos con los hoy ausentes. Que la muerte sea un regalo, pero no una imposición. Que lo evitable, se evite. Y que la muerte sea natural.

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