miércoles, 27 de agosto de 2008

XIX

Volví de volver a irme y comprobé, que la Lunita Tucumana no es tan distinta a la luna porteña. Pero eran mis ojos los que ven desde otra perspectiva. Me cercioré también de la impotencia que genera el miedo. De la definitiva e inclaudicable erradicación que merece la tiranía de ese coronel, alta, pero inútilmente fértil. Aquel que es viviente sólo por deprimir nuestros anhelos, dibujando pintoresco un agujero negro en nuestro pecho y retrayéndonos a la fuerza centrífuga que habita en sí. Así es que, si no hay coraje no hay soldado; si no hay soldado no hay batalla, y sin batalla no hay libertad*. La libertad consecuente al estremecimiento y la subordinación al tirano. La que nos eyecta enérgicamente fuera del letargo y nos llena de vida.
Y nos regala así, lunas iguales. O tal vez distintas, dependiendo de quién las cante.


*La Guerra - Chala Rasta

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