Definitivamente no es Dios. No conlleva ideal alguno, ni da su vida por el prójimo. Mmm… entonces tampoco es Jesús. ¿Pero cómo me explico una vida en la cual está omnipresente, en cada rincón, en cada segundo? No, tampoco es el amor. Es el rabito de algún felino televisivo y farandulero que nos vigila cual Gran Hermano triple X. A toda hora. Esos culos podrían ser excelentes Martin Luther King, pioneros de la anti-discriminación, luchando por ser vistos por grandes y chicos, sin prejuicio horario. La pornografización de la vida ya está dando asco. Culos, tetas y conchas, vendiéndonos desde un canal erótico, hasta los escarpines para el recién nacido. Para la cartera de la dama y la bragueta del caballero.
La libido reclama por ser alimentada y ¿qué mejor que un “tirapedo” embadurnado en lubricante, para aumentar nuestra calentura y embobarnos a toda hora frente al televisor? Está perfecto, total; ¿Hay algo más por lo que preocuparse? No señor, ¡claro que no!
Amén… perdón, digo:
Cañoooo!!!
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