lunes, 17 de noviembre de 2008

XCVIII

Que lindo es jugar al circo, haciendo equilibrio en el cordón de la vereda con los brazos extendidos en forma de "T", como si éste fuese lo suficientemente angosto para permitirnos caer. Definitivamente, también sabemos que ante un eventual traspié, no caeríamos más que unos 15 centímetros, pero decidimos obviar también ese detalle. Nos imaginamos en una cuerda floja a setenta y cinco metros de altura, desafiando los límites (más angostos que la misma cuerda) entre la vida y la muerte. ¡Y se siente exquisito! Nos vemos en nuestro espejo mental como guerreros inquebrantables de una lucha existencial. La boina nos calza como nunca. La estrella, ¡impecable! Y en cuanto queremos acordarnos, estamos en la esquina, ante la encrucijada de obedecer a nuestro destino urbano o seguir jugando, eternizándonos en una infinita vuelta manzana. A veces girar en círculos lleva más lejos que caminar kilómetros en un rumbo fijo. El placer es poder abrir los ojos mientras revoloteamos a la belleza. Disfrutarla y conocerla, sin bajar del cordón. Jugando, equilibrando, sonriendo constantemente, por no estar urgidos de un destino. ¿Juegan?

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