lunes, 24 de noviembre de 2008

CIII

Este fin de semana estuvo empapado de Joaquín. Inflamable, tanto por el whisky de Atilio personificándolo como pocos, como por todas esas últimas curdas que el verdadero poeta supo escribir. Mi hígado no fue a quién le tocó soportar, vivió en paz; más si mi corazón tuvo sensaciones fuertes que conocer. Desde la magia de los acordes, hasta la de la vida y los instantes. Las relaciones más cercanas de un mundo verde que volvieron a surgir en la intimidad de un sábado por la tarde. La cama matrimonial, el aire salvador, Les Luthiers, Ismael y los corazones abiertos igual que en aquel viaje a Rosario, igual que siempre. Incluso, tal vez, un poco más. Felicidad espontánea, para darle paso nuevamente a Joaquín. Los sueños y los anhelos que despertó. Viajes de nostalgia, tanto para atrás como para adelante. Y después un nuevo sueño ya soñado por quién decidió bajarse en Atocha. Un dejavú precioso, de esos que parecen no terminar nunca. Y así entre sueños, sabinas y dejavús, no elijo 300 años de paraísos ajenos. Prefiero 17 noches eternas, inmortalizadas en mí, para siempre.

"Sabes mejor que yo que hasta los huesos..."

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