sábado, 22 de noviembre de 2008

CI

Seamos amigos del alba. Sentados eternamente a años luz, pero despertando con él, dejando que sea artífice de nuestras primeras sonrisas. Viendolo allí, tan inconmensurable y lejano, es uno de los instantes más mágicos que lo celestial supo concebir. Pero así como lo vemos en línea recta con la arena de las playas, también podemos ver un amanecer distinto en nuestro interior. Yo prefiero el amanecer a las puestas del sol. Aún así me mudaría a ese asteroide que sonríe para ver centenares seguidos. Hoy no te hablo, prefiero hablar de vos o de todas las demás. Ella es el alba. Es lo que llevo adentro, pero veo a años luz. Es cada uno de los amaneceres. Quizás deba ser menos inquisidor pero soy definitivamente un pendejo de mierda. Y es por esa simple "razón", o ese simple sentimiento, que nunca, pero nunca, voy a dejar de caminar hacia el horizonte. No olvido aquel "ya nos veremos caminando juntos por el horizonte". Es la ataraxia pacificadora de la contemplación. Es ver amaneceres, hasta que un día, seamos parte de él. 

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