domingo, 29 de marzo de 2009

CCXXI

Hay suspiros en los que el tiempo se relativiza, se hace volátil, inestable, prácticamente conjugado en un plano de la realidad donde pasado-presente-futuro se funden en un mismo instante. Y uno se empeña en retener ese suspiro para poder seguir inmortalizándose en lo sobrenatural de los viajes atemporales, sin reconocer que por definición, es lo efímero lo que obra de llave, de puerta de entrada y salida de esta dimensión paralela. 

La siento amiga, la veo viva, sonriente, pura y apasionada; la sé amada y amante, generosa, completa, eterna. En dimensiones compartidas o subyacentes, sólo quiero vernos brillar. Y vuelvo y la siento inyectando sus jugos en mi cola de serpiente, arrastrándose y debilitándome cada vez más a la magia de sus encantos. Sonrisas japonesas se le animan a la empatía de nuestras miradas; Papa Noel llega temprano, por miedo a que su magia material quede en segundo plano ante nuestra pasión encapsulada. Dedos impertinentes cruzados bajo las sillas de un recinto sabinero y repetido; el año nuevo, el año compartido, desde las doce hasta hoy -desde hoy y hasta siempre-. Estoy en ese pasado que mientras dure el suspiro, será también hoy y mañana. Adoro los tímidos enamoramientos, sus dedicatorias inesperadas, el sabernos compañeros de una vida espejada y la lucha constante por ser la raíz de la fulgencia más inmaculada que se imagine en una sonrisa o en un corazón ya podrido de latir. 

Encontrarte y encontrarme. Encontrarnos y eternizarnos. Acompañándonos, amándonos, soslayando formalidades, enfervorizando cada instante.
Caminando juntos, de la mano y cruzando cualquier temporal que se aventure a enfrentarnos. Porque además de pares, somos espejos. Y eso es lo que nos da fuerza. Eso es lo que mantiene viva la mecha de la pasión.

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