La siento amiga, la veo viva, sonriente, pura y apasionada; la sé amada y amante, generosa, completa, eterna. En dimensiones compartidas o subyacentes, sólo quiero vernos brillar. Y vuelvo y la siento inyectando sus jugos en mi cola de serpiente, arrastrándose y debilitándome cada vez más a la magia de sus encantos. Sonrisas japonesas se le animan a la empatía de nuestras miradas; Papa Noel llega temprano, por miedo a que su magia material quede en segundo plano ante nuestra pasión encapsulada. Dedos impertinentes cruzados bajo las sillas de un recinto sabinero y repetido; el año nuevo, el año compartido, desde las doce hasta hoy -desde hoy y hasta siempre-. Estoy en ese pasado que mientras dure el suspiro, será también hoy y mañana. Adoro los tímidos enamoramientos, sus dedicatorias inesperadas, el sabernos compañeros de una vida espejada y la lucha constante por ser la raíz de la fulgencia más inmaculada que se imagine en una sonrisa o en un corazón ya podrido de latir.
Encontrarte y encontrarme. Encontrarnos y eternizarnos. Acompañándonos, amándonos, soslayando formalidades, enfervorizando cada instante.
Caminando juntos, de la mano y cruzando cualquier temporal que se aventure a enfrentarnos. Porque además de pares, somos espejos. Y eso es lo que nos da fuerza. Eso es lo que mantiene viva la mecha de la pasión.
No hay comentarios:
Publicar un comentario