miércoles, 25 de marzo de 2009

CCXVIII

"Espero no tener nunca la vida hecha..." Una frase que fue regalo, hoy se luce y me ilumina desde la parte superior del monitor de mi máquina. Y la creo, y la vivo; pero a veces, si bien no quiero tener la vida hecha, me gustaría dejar de sentir el sabor a hospital en la laringe, la impotencia interminable de la insatisfacción, el apego inescindible a los amores. A veces quisiera dejar de sentir a la muerte hacerse carne en un cuerpo abandonado y erosionado por la tierra roja del despojo. A veces quisiera amar más la ciudad, contentarme con menos y disfrutar cada instante al cien por cien. A veces, lo logro; con ella lo logro. A veces la necesito más de la cuenta y otras, recuerdo aquella mariposa del tuyú, perdiéndose en el horizonte mientras mi mente se edificaba bajo el seudónimo de Juan Pablo Castel. De blanco a negro y visceversa, sin saltos ni sobresaltos. Ayudándonos es más fácil. Apoyándonos, es perfecto. Pero es el maldito equilibrio de un gris inerte, el que duele y sumerge en inmensos mares de incomprensión.

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