jueves, 19 de marzo de 2009

CCXIII

Me siento inmerso en un océano turbio de olas incipientes y asesinas. Mi filosofía barata las enardece; el resplandor de una dulce aura, radicalizan su violencia. Pero el agua del mar sabe que es pura y clara, que tiene la sabiduría que ni los más grandes sabios pueden llegar a alcanzar, y aún así prolifera enfermedad. Yo sigo remando, todos seguimos remando. Siempre, contra viento y marea. No existen casos de guerras que se hayan expandido generando amor, más si inumerables ejemplos del caso inverso. Hacer el amor, el más pecado de los pecados, la peor degeneración de la libertad humana. Eso parece, pero no. El agua vuelve a ser agua, calma y reverberante. Con sus tormentosos naufragios, con sus pruebas del destino. Y cuando el uno se cansa de tanto remar contra la corriente, sabe que cuenta con el otro para no perder el rumbo hacia la libertad.

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