martes, 10 de febrero de 2009

CLXXXVI

Un velo de nostalgia puede ser fácilmente tatuado en el espíritu, con ayuda de una sorpresiva e impetuosa tormenta de verano. Esas lluvias que nos hacen mirar adentro y hacia atrás -como si estuviésemos metiendo reversa-, volviendo sobre nuestros pasos y empañando la ventanilla del colectivo con la tristeza de nuestro aliento. Esas que seguramente logren cortar la luz y encender las velas que entibien nuestro lamento. Es un instantáneo boleto de ida hacia alguna playa desértica, donde los rayos electrifican el mar y el cielo no se decide entre el magenta o la oscuridad. Y así, la lluvia puede resultar una buena forma de viajar en el tiempo. O de ahorrarse unos pesos.

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