No me gusta despertarme temprano.
No puedo llevar un diario.
No tengo constancia con nimiedades.
No puedo empezar nada sin la nostalgia hacia adelante de saberlo perecedero.
No creo en el lenguaje como manifestación de la realidad.
Creo en la polisemia de las verdades absolutas.
Creo, por consecuente, en las perspectivas absolutas.
Creo en la existencia cíclica y el orden pretérito del cosmos.
No creo en las casualidades.
Creo fervientemente en las causalidades.
No me importan las causas.
Me importa ser testigo presencial de sus epifanías.
Sé que la muerte está más cerca de lo que muchos piensan.
Aborrezco el letargo.
Creo en la revolución.
Creo en el amor.
Amo en secreto.
Disiento con las reglas estructurales del orden establecido.
Me duele amar en secreto por las reglas estructurales del orden establecido.
Estoy acompañado.
Estoy solo.
Busco mi soledad.
Me busco a mi mismo.
La busco a ella, porque es lo más parecido a la muerte.
Creo en la muerte como una deidad purificadora, única.
Un viaje de vuelta a la raíz del ser profundo.
Creo en la magia y creo en la realidad.
Creo en las encrucijadas del destino, morada invariable de la ilusión imprevista; de las historias.
Creo en las historias inenarrables, inefables de la pasión del encuentro.
No creo en los datos, cuantías, ni mucho menos en las estadísticas.
Creo en la construcción de un hogar donde alimentar al alma para seguir caminando.
Creo en la trinchera del amor eterno y la revolución constante.
Creo en la desgarradora distorsión de una Les Paul pluggueada a un JCM900.
Creo que una nota puede cambiar el mundo.
No dejo de caminar un segundo hacia lo que siento.
Siento que las acciones son manifestaciones de una búsqueda interna, simétrica y perfecta en el programa del Caos.
No creo en nadie. Ni en mi mismo.
Creo en una imprimación expectante ante el advenimiento de los grises; de sangre y de sombras.
Creo en la inmortalidad, y en las historias mínimas.
Quiero trascender mi condición de hombre.
Quiero sentirme parte de la anarquía que se rebele ante el orden del Caos.
Quiero ser la daga ensangrentada que se clavó en mis pulsaciones.
Quiero ser el respiro ausente de otros tiempos; el claustro sombrío del Averno.
Me veo muerto en el Río de La Plata.
Me sé muerto. No lo niego.
La siento tanto y tan profundo, porque cruzamos juntos las aguas del Aqueronte.
Me caigo a cada rato. Me levanto otros tantos.
El tango bajo el sol me hace sentir de vacaciones.
El progreso y la carrera, no contribuyen a mi búsqueda.
La ciclotimia y la condicionalidad del amor compartido, me vuela hasta en sus silencios.
Creo en el amor ideal. En el amor sin hastíos, sin peros.
Creo en la aceptación y el compañerismo.
No creo en la hipocresía de seguir sobreviviendo.
Carezco del sentido del acostumbramiento.
Amo el perfil de su mirada perdida en el horizonte.
Amo su mirada clavada en mí, sabiéndome tamiz momentáneo hacia otro de sus horizontes.
No entiendo el mañana, ni lo veo posible.
Siempre vuelvo tras mis pasos, dejando una lágrima en cada huella.
Creo en la poesía, pero hoy no es el día de los tecnicismos literarios .
Hoy creo en describirme amorfo y volátil para ver si me reflejo frente al espejo de las aguas turbias.
No sé como sigue la historia.
No tengo certezas siquiera de que la historia siga, irremediable.
Sólo el alba y aquel día, en que el Sol no asome tras los párpados del mundo.
En que se amalgamen las historias en la urdimbre de la potencialidad.
Tejiendo así la manta que cobije un hombre nuevo, merecido y nuestro.
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