Si al llegar a Plaza de Mayo la espuma comienza a brotar de tu boca, los pelos de tu espalda se erizan o las pupilas de tus ojos se agrandan de impotencia; no te alejes, no te asustes. No es más que una manifestación corpórea de tu sensibilidad más intrínseca. La pulsión de acariciar la espalda de la historia, con un puño ensangrentado. La visualización inmediata de otro mundo posible.
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