martes, 11 de agosto de 2009

CCCIV: Otredad insoslayable

Hoy quisiera no reconocer mi rostro frente a aquella ignota laguna azul. Enajenarme de mi propia existencia. Habitar donde hace siglos, la vida se extinguió. Hoy prefiero estar ausente; verme triste y diminuto, como esa terca hormiga que se empeña en transportar la pastura que le ha sido encomendada. En el sinfin de los ritos ahogados; las vidas perdidas. Filo tajante y sangriento, se desliza cruel sobre el semblante de los ángeles. Lo inmortaliza. Se hace cáliz el ardor de nuestra sangre. Una luz que se vislumbra como el fulgor de la mañana que se esconde tímida tras la ventana. La esperanza. Algún otro. El después.

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