martes, 6 de octubre de 2009

CCCXLII: Mi mismo yo mismo

Soy anfitrión y agasajado en el festín de mis creaciones, en cada castillo edificado sobre la potencialidad explotada y descubierta. Con mi triste cuerpo envuelto en negro smoking, soy pingüino perfecto para recibirme a mi mismo -que aún espero ahí en la puerta con vestidura rupestre y colorida, que yo mismo me digne a abrirme la puerta- y no seguir esperándome. Insisto con palmadas sin recordar -o predecir- que yo mismo inventé el botón mágico llamado portero eléctrico, que intercomunica espacios, acortando tiempos y distancias, fingiendo voces ahí donde no están y abriendo portones desde otro mágico botón lejano. No había caso. No me encontraba. Pobre de mí, tan lejano y tan en busca. Porque el castillo no era más que reconocimientos ajenos, apilados uno sobre otro en los muros que me preservarían de las crueles amenazas de mí mismo. Del mi mismo que hoy duerme afuera, bajo una luna ausente. De ese mismo yo mismo, que pasa frío y sonríe por la quiescencia abúlica de la costumbre oxidada, pero vital. Del mismo yo mismo, que ama al de puertas adentro, y lo dejaría salir a mi mundo infinito si tan sólo tuviera el coraje de solicitármelo, al menos por el portero. No vaya a ser cosa que su claustro nos entristezca.

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