Sin perfección en el camino, sin victorias ni derrotas, despertamos cada día viendo el sol reposar en el horizonte de nuestras horas, y soñando que permanecerá ad eternum sobre nuestras cabezas. Rodeados de equis e íes, insignificados más que insignificantes, inyectando a cada latido una cuota de subjetividad, de carga simbólica que resignifica el mundo. Y hay días, que esa carga depositada en cada variable de nuestra ecuación vital, resulta positiva, entera. Pero creo que, más allá de nuestra ilusoria felicidad por sucesos preciosos, se sucede un irrefrenable natalicio de variables vírgenes, nuevas. Ver la rueda en movimiento, sin parar, vertiginosa, poniendo ante nuestros ojos nuevas sensaciones todo el tiempo, esperando a ser descubiertas. Esa chance de abrir otras puertas, de emprender nuevos caminos; ese, es mi día de la hostia.
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