jueves, 22 de abril de 2010

DXVII: Suficiente

Anastasio era autosuficiente. Estaba siempre lo suficientemente borracho o lo suficientemente drogado como para no entender si el derecho iba después del izquierdo, si era al revés, o los dos pies debían moverse al mismo tiempo. Siempre estaba lo suficientemente enojado. Pero en ocasiones, la supremacía de la situación por sobre su circunstancia individual lo llevaba a sentirse lo suficientemente tranquilo. Se despertaba con un café, con el sol a 90 grados, se revolcaba y volvía a dormir. Sacaba la guitarra del estuche y la enchufaba al JCM900 que tenía en la esquina de su pieza, justo al lado de la ventana. Todos los potenciómetros a 10, lo suficientemente fuerte, y un whisky lo suficientemente cargado para arrancar la mañana -el café era más ayer que hoy-, y rockeaba un la mayor cuadrado que solía acompañar con un gritito agudo bastante femenino o solitario. La tanga blanca que había tirada en el piso siquiera lo inmutaba por conocer a su dueña.  Nunca supe si el día seguía, si leía a Kerouac, si agarraba el diario, prendía la tele, jugaba al PlayStation, prendía la computadora, escribía un poco o se desmayaba al sol. Nunca supe si quiso otra vida, ni si viajaba de tanto en tanto a charlar con su espíritu a algún valle despojado de culturas y propiedades, de eufemismos sígnico-sociales y de pandemias honoríficas. Sólo sé que los acordes se seguían sucediendo, a veces con cierta melodía, a veces disonantes. Pero sonando; y sonando fuerte. Hasta que el sol se fundió con la luna, se desenmascaró la cruda realidad de que son la misma persona, y el cerebro le hizo un cortocircuito irremontable. Sólo por eso fue que un día el show no continuó. Pero la canción, la canción siguió siendo la misma. Lo suficientemente inquieta, utópica e idiota, como para persistir más allá de su existencia. Suficiente suficiencia.

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