jueves, 22 de abril de 2010

DXVI: Ridiculous thoughts

El cráneo no para de resquebrajarse, algo zumba, algo chilla. Hay ruido, mucho ruido. ¡Callen a los murciélagos! Aman la oscuridad, la naufragan, la degluten y se eternizan en la penumbra, chillando, contagiando y no dejando andar en paz. Y el telón ya fue corrido, la función acabada y el corazón opacado. ¿Dónde quedó el sentir? ¿Dónde siento? ¿Qué parte? Muchas ideas, muchas estúpidas, muchas interesantes, todas invitan a animarse. Los valores en la mesa de luz y la corriente bajo la montura. Cabalgando la rutina. Aprovechando la manada, el escape, el encandilamiento para no reconocer mi cobardía. Para no tener que asumirme un cobarde, gris, lleno de pensamientos y con el sentir casi extinguido, sólo una chispa que quizá algún día encienda la mecha, pero que no queda ya a mí librado. Creo que quiero, creo estar cansado, creo no creermela más, creo no estar en zona de confort, creo estar en zona de mierda, en zona de cansancio hasta de algo tan mágico y lleno de ideales. No estar en sintonía. Orgulloso a veces, decepcionado tantas otras. A veces no quedan ni ganas de agarrar la guitarra, pero es una puerta a otro planeta. Las relaciones son estresantes cuando las pensás. No estoy viviendo mi momento, se está yendo de largo. Por más que capaz no sea, siquiera lo estoy viviendo como debería antes que el tren pase. Si hasta la muerte hay que vivirla al límite para no vagabundear el camino infernal de la fantasmagoría por el infinito retorno, viviendo una y mil veces los mismos padecimientos, las mismas alegrías, el mismo vacío. Chocamos contra cajas sin un arnés que nos sostenga. Saltamos de los balcones del hastío cuando nadie puede rescatarnos. No hay colchones ni equipos de producción. No hay lluvias tecnodance para empaparse y olvidar, y saltar y vivir un poco, y morir un poco y sentir todo en uno mismo y ser uno en el todo. No es una obra, es la vida. No hay segundos actos. Hay primeros, y primeros, y primeros. Y la incertidumbre de no entender. Y el coraje de animarse. Y la frustración de equivocarse. Y las lágrimas de la nostalgia. Y la valentía de salir adelante. Y la ilusión de verlo posible. Y las sonrisas que rozan las orejas y achinan el rostro, inflando los cachetes de alegría, cuando al fin abrazamos el cuerpo que la felicidad haya querido tomar. Los ojos desorbitados cuando le hagamos el amor a la eternidad, cuando trascendamos los límites. Cuando el orgasmo de los dos sea hundirse en un polvo de hadas y estrellas, aprender sus trucos, vivir la magia y acabar juntos de escribir las historias infantiles que siempre soñamos y no pudimos terminar por falta de tiempo. Es la alegría de despertar al sol, acariciar el lomo del perro cansado, cruzar una mirada y matarse a lengüetazos con él. A veces dan ganas de escribir para siempre, sin pensar mucho en la continuidad, sino en esta letra. Esta. Y esta. Y si le encontrás sentido, me alegro. Y sino, me alegro también. Y si lo volvés a leer en un tiempo y entonces te parece lógico, o ilógico pero comprensible, más me alegro, porque te animaste a equivocarte, que es casi tan lindo como empezar de nuevo. Me voy a terminar por hoy y mañana será otra historia. Quizás la misma, quizá una totalmente distinta. Uno nunca sabe. No puedo no decírtelo, tengo muchas ganas de que estés: ¿Me acompañás?

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