Algún rincón de Perú.
Agujeros negros, absolutos.
Todo se desliza,
imantado ante su belleza natural.
La atención, el aire, las sonrisas;
el portón de entrada a un puente
quién sabe con qué destino.
(A quién le importa,
a fin de cuentas).
Sensación del encuentro,
ganas de todo y
saludos cordiales.
Se humedece el sepulcro de la nada,
mientras el sol abre
las puertas al viento nuevo
del alba.
Silba el sentido precautorio,
el cuidado y la torpeza,
almohadas de piedra junto
a sueños ilusionistas.
Todo allá, frente a ese escudo.
Revoloteo de gorrión inmaduro,
golpeando contra las paredes,
las de la panza, aprendiendo a volar
una vez más.
Fuimos torpes y pacientes.
Somos ese gorrión prematuro.
Es el vuelo que espera en el aire...
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