miércoles, 17 de marzo de 2010

CDLXXXVI: Vidalita amanecida

A veces la noche es abrazada por una sincera y profunda oscuridad, y en su marco, sentados en el inodoro, oimos canciones tristes como pataleando desesperados en las arenas movedizas de un Atacama interior. Afuera los rostros se derriten y se pegan al piso como la vela cansada que agota con paciencia e inquebrantable perseverancia todo lo que haya sido su existencia. El vacío todo a nuestro alrededor. Abismos multitudinarios como un grito chirriante, tajando la más dulce calma. El yo sinmigo, eterno viajero del caminante que es camino. Sin respuestas, afortunadamente. Sin sonrisas esclarecedoras, ni llantos tristes. Ni el sexo compartido, ni la masturbación más perfecta. Ni la añoranza del pasado, ni expectantes del futuro. Divirtiéndonos en el vacío; reacios y prudentes del otro, no de nosotros mismos. ¡Divertidos! Las filigranas de estrellas que penden en la inmensidad de un jocoso carnavalito a cielo abierto, con bombos que parecen bombas y la pudredumbre de los muertos que amarga el dulzor de los amantes. Las palabras bastardeadas por el simple hecho de ser pronunciadas vanamente. El tiempo perdido sin mirar el cielo y sin mojarse bajo la lluvia. Las manos inútiles por no llenarse de barro, como esas tristes frentes enteras, por no machacar una y mil veces contra las paredes de la estructura.

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