¿Qué fue de los vestigios del tiempo? La mente escindida cuaja, rompe con delicadeza de princesa, casi inocente. Mira con ojos grandes y se va culpógena al vacío. El espíritu libre remonta barriletes en los prados de las palomas blancas que le enseñan a volar como gorriones, pero también como las hojas; hijas de Quetzalcoátl, hijas del viento. Hace falta un poco de magia para esta hermosa noche estrellada, volar a las montañas nevadas del fin del mundo, para oír a la historia crepitar y sentir al presente silbándonos al oido. La trascendencia que es tan lábil como la importancia o como tu esencia. El cielo oscuro y el frío en los pies. El temor al poder natural. A saberse menos. Soltar la rienda en la tormenta de un cáliz náufrago, reencontrado con la espada del Incario. Templo del Sol, resurge del impuesto olvido, erigiéndose por siempre cierto en la memoria de sus esclavos y discípulos. Almas arrojadas al frío sin su protección, arrojadas también a la belleza de la inmensidad de la noche, perdidos en el cáliz del glaciar que cobijó otras historias. Digan adiós al rey del mundo. Digan adiós...
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