¿Dónde duermen los responsables del genocidio invisible?
¿Qué habrá sido de los sitios donde elegimos amarnos, del elíxir de las vidas pasadas?
¿Qué fue de mí y de las caricias que nos regalamos sobre la arena libre que un verano, el destino se dignó a regalarnos?
¿Cuántas historias paralelas y finitas de jugar a sentirse Dios y morir antes de tiempo?
¿Quién cicatrizará mis heridas?
¿Quién será encargada de imaginar por las noches las más bellas historias, para despedirme en un sueño apacible que hoy no quiero recordar?
¿Cuántas veces más me veré preguntándome sobre los acontecimientos pasados?
¿Cuántas preguntas más podrían formularse sobre el porvenir?
¿Por qué no posar las pupilas de mi incertidumbre sobre el carril del mañana?
Quizás será porque las respuestas suelen ser siempre menos esperanzadoras.
Quizás porque ame inconscientemente la incertidumbre y no quiera conocer.
Quizás porque, hastiado, me apoye sobre un hombro ausente que me esquiva, y me estrella contra la acera.
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