martes, 3 de agosto de 2010
DLXVII: Viento
No queda más que viento, y una hojita que lo acaricia desde el cielo. Una bolsa que danza para la cámara, la hojarasca alborotada, haciendo su entrada triunfal a Macondo con las penas ajenas que lo circundaron eternamente. El gorrión y su aleteo, que se auna con el viento y transmuta en una misma cosa, se entrelazan y trascienden por la fuerza alquimista de una empatía que derriba formas, las diluye. Como la brisa circular que envuelve al mundo, desafía la fuerza gravitatoria del peso y de la masa, juega un juego romántico e inapelable que carece de toda regla, y te invita a jugar con él.
Publicado por
Mauro Fernández
a las
0:22
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