lunes, 3 de octubre de 2011

La razon me tiene -y viceversas menos loables-


Lo entendí. O al menos empecé a sentir cómo el corazón pierde su batalla por voluntad meramente propia. Vi cómo los anhelos de un “hombre nuevo” o un “mundo distinto”, fueron invenciones minuciosamiente trabajadas y diagramadas en los confines del pensamiento; en su ultratumba. La injusticia es tal porque hay conciencia, y la noción de retribución equitativa es en cuantía una pasión pensamentista. La represión de los impulsos en nombre de un sentimiento que subyace al mismo deseo, no sólo es retorcidamente cerebral, sino también hipócrita e injusto para con los verdaderos sentimientos (los que se sienten, aquí y ahora).

La bondad, la justicia, la fidelidad, la igualdad, la verdad y hasta la conciencia de duda; son los hijos directos y aún umbilicales de la neurona gobernadora del Reino del Hombre. Claro que sentimos hondo, que duele en las entrañas y que nos pueden hasta brotar lágrimas suicidas al presenciar una injusticia en cualquier parte del mundo; pero el móvil, la génesis de esa angustia, de ese dolor, no es otro que la razón constante.


Me asumo un asqueroso racional, un torturador de sentimientos, el genocida de mil deseos expresados y hechos realidad. Vivo apasionadamente los pocos sobrevivientes, los trato con vehemencia juvenil, los rescato del fuego extinto. Esos me mantienen vivo. No tengo razón. La razón me tiene.

¿Pero el sentido de mi existencia? ¿Lo que me mueve de indignación para encontrar algún nuevo sentimiento por ser salvado? Mi razón negándose a aceptar lo inaceptable; mi conciencia que no duerme tranquila si antes de hacerlo no movió al cuerpo idiota que tiene puesto a hacer algún movimiento tectónico que transforme el mundo como lo ve. Me caga y me salva la vida. Es extremo. Tiene fines loables. Tiene medios conchudos, o, al menos, discutibles. Es el disparo que abre el portal al mañana. Es el amor.

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01/10/11
Edimburgo, Escocia
(noche, llueve)


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