martes, 11 de octubre de 2011

Elección a distancia | 1/5

Este último fin de semana caminé las calles de Dublin con una guía de Salamanca y españoles de toda su extensión, como compañeros. Conocimos de historia irlandesa, sus guerras, del odio a Inglaterra –compartido por escoceses y galeses, y franceses, y argentinos, y del mundo entero-; sus pequeñas sensaciones de victoria, sus largas décadas de miseria. Supimos de la hambruna, de los millones de muertos por no tener qué comer en este mundo superpoblado de recursos. La Segunda Guerra Mundial, la guerra civil posterior, interpretaciones maniqueas llevadas a la expresión de la pólvora.

La cabeza daba tumbos –y no era por resaca de Guinness ni por las ocho horas de micro y las cuatro de ferry-, trataba de meterme en esa historia, de entenderla; pero no había lugar para el entendimiento, todo era sensorial. Y no lo sentí. No tanto, al menos. Sentí más otros lugares, con otras batallas u otros resultados, seguramente por utópico más que por empático, ya que si bien de maniqueos y victorias fugaces y agonías eternas conocemos bien los argentinos; algo me urdió más al coraje guerrero de William Wallace y los soldados escoceses que a St. Patrick y su prédica, su trébol, las guerras religiosas y el Dios que todo lo vigila, verde o anaranjado.

Entrada al Trinity College | Dublin, Irlanda.
Terminamos en un bar muy pituco, típicamente irlandés, a unas cuadras de Temple Bar, y me siento en una mesa esquinada, solo. Acomodo los bártulos, agarro la billetera y me levanto a pedir la comida –un menú con descuento que ofrecía la gente del tour-. Me sirven –qué feo suena hablar de sirvientes en estas épocas; digamos, me prestan un servicio, o mejor, me ayudan-, y vuelvo a la esquina que me aguarda. Como, como como desesperado. Como como siempre, mal, angurriento, como queriendo terminar rápido y pasando vaya uno a saber a qué instancia. La mesa se llena de platos repentinamente: un español a mi lado izquierdo, mirando a su mujer y frente a mí, su hija de no más de 20. Todos de Barcelona.

La flaca estudia en el Trinity College y no tiene muchos amigos irlandeses, la mayoría son brasileros. Su familia la visita por el fin de semana, extrañan a la nena. Y su nena es tímida; parece. Monta un arte de simulación histriónicamente femenino y umbilical para el deleite de sus padres, la santa niña barcelonesa. No me queda claro cuán fiel sea la historia.

El hombre –vamos a llamarlo Antonio; como olvidé preguntarle el nombre que le impusieron de chico, le impongo uno de grande- tiene formas estrictas que iría abandonando gradualmente; le gusta la política, pregunta por el país y la situación económica actual. La mujer –Clara, mismo razonamiento-, busca la persona más que la forma, pregunta qué hago, si viajo, qué conocí. Me sorprende la obviedad del trinomio, papá político, mamá humanizada y dulce, hija timidona y voladora empedernida, estudiando lejos de casa. Me encanta.

Antonio es el móvil de esta historia; porque el yo que hoy escribe es ríspido como él –al menos por un rato-, y tiene una elección por delante que no verá más que su desarrollo y a las pocas horas, su resultado. Hablamos de la crisis europea, del orden inglés, la cerrazón parlante de sus habitantes, la cerrazón política de sus gobernantes; la poca habilidad de Grecia para levantarse de la crisis cayendo en intereses altísimos que hipotecan su futuro próximo y no tan próximo, y que no le permiten levantarse. Españistán haciéndose realidad, la burbuja inmobiliaria explotando y dejando correr la sangre tras la arteria que explota y pone en jaque la circulación sanguínea del cuerpo entero. Y, como buscando consejos, pregunta: ¿cómo está Argentina? Qué decir; si supiera el dilema en el que me estaba metiendo en pleno almuerzo, en plena capital de Irlanda, en pleno fin de semana.

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Esta historia es publicada en cinco "capítulos". 
Capítulo 1/5.

4 comentarios:

Matías DG dijo...

Me animo, quiero saber más. Antonio ¿qué ideología política tenía? ¿Izquierda, derecha o sentido común?
Cuentanos más...

Mauro Fernández dijo...

Aplauso a su valentía. Ya llegará "más", pero no tanto sobre su ideología porque no me la compartió. Ahora bien, por la elevación sutil de la comisura de sus labios cuando hablaba de ciertas cosas, me dio a entender cierto dejo neoliberal privatista.

No digo que lo sea, ni que, en caso que asi fuera, sea un férreo militante de esa doctrina; pero viste que las miradas y las comisuras de los labios dejan entrever algunas "complicidades" o rechazos en respuesta a ideas tales como que esa política privatista de Menem nos hundió en una ilusión cortoplacista con consecuencias nefastas para el futuro de la Nación.

En fin, ya tendrás más de Antonio o de mis ideas cruzadas del otro lado del mundo en estos días.

Abrazo.
Mauro

Anónimo dijo...

dos dudas existenciales...
le respondiste sobre la situacion actual de argentina?
la hija, pervertida no?

Mauro Fernández dijo...

No especifiqué (ahora lo actualizo) que esta es la primera de cinco entradas al respecto. Está en el título, pero no se entiende.

Imaginate que tenés para divertirte sobre mi visión -y lo que recordaba- en ese momento de la realidad local.

Tenés para todos los gustos, seguime que te vas a divertir y comentá siempre que quieras.

Un placer leerte por acá.

Abrazo.
Mauro


PD: La hija, tenía pinta de que se hacía la santa pero que sus amigos brasileros estaban dándole un "empujoncito" a España ;) Quién sabe, lo único objetivo: copada, aunque habló poco.