domingo, 28 de febrero de 2010

CDLXXIX: Río Gallegos

Los lugares feos y muertos, son también un lindo paseo. Porque no tienen ni la mística de algunos lugares imperdibles, ni la propaganda de los centros turísticos, ni, mucho menos, ese boarding pass a un viaje interior que algunos lugares paraturísticos, con los que usualmente damos por causalidad, suelen regalar a nuestra visita. Allí donde las golondrinas vuelan bajo pero nadie pesca y los recitales masivos se dan a kilómetros de distancia, más allá de su cualidad de capital provincial, uno puede sanar. De un dolor de cabeza, una contractura o del vacío diáfano de un sentir ausente. Estoy casi seguro que el fenómeno se da, porque no hay nada que esperar, nada por perder ni por ganar, más que los pasos que demos hacia un lado o el otro. Y posiblemente de lo mismo en qué dirección vayamos, no llegaríamos a ningún lado. El paisaje es idéntico durante horas, desde arriba y desde al lado. Pero es el sur. Y el sur cura. Y para colmo, a la vuelta, tuve la oportunidad de volver al fin del mundo. No más que minutos, y sin pisar sus tierras, pero sabiéndome allí. Una vez más, parado de cara al principio de todo.

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