sábado, 28 de enero de 2012

Realidad Famatina



Cansado, desde el suelo mismo del parque de Chilecito, con el Cristo vigilante y misericordioso a mi espalda, veo niñas en pelotero y camas elásticas, dando saltos que llegan al cielo. Son casi las dos de la mañana y la vida en el pueblo rebalsa por cada esquina. Los vehículos desfilan a paso de hombre, con música –y otros ruidos– al taco y, cada tanto, el infaltable neón azul. Un motoquero pasa despacio con una remera negra manchada de una gota amarilla. En su cuerpo reza “El agua vale más que el oro”. 

Me encanta. No me sorprende, pero me encanta. “La marca te marca”, me repitió Mario una y otra vez en sus fantásticos monólogos psico-publicitarios, y está claro que el pueblo de Chilecito –y el de Famatina– está marcado por la lucha contra el saqueo y la vulneración de su capacidad y derecho de autodeterminación.

Volver de Alto Carrizal es una vida de despojo. Un instante, claro, pero el abandono es tan grande como la solidaridad y el compromiso fueron bajo las carpas. El aire huele a lucha, los mates tienen el sabor al agua pura y al compañerismo, el barro en los pies –el barrio de pie– por baldear la tierra, hace y constituye al hombre nuevo desde sus cimientos.

Imposible en esta hoja hablar de todos; del filósofo de Pergamino, del coraje y la madurez individual y política de Willy que inspira y hechiza, del chino y sus carcajadas, del liderazgo visible o invisible del Chelo, de la juventud inquisidora que emana la sonrisa de Mara; la Fé de todos. El “Fuerte Apache”, donde refugiar a los niños en caso de represión, la alerta constante, las listas de ingresos y egresos. El pueblo tiene una sucursal, un punto en común donde confluir y defenderse. Un lugar donde están alegre y firmemente instalados.

Imposible describir el espíritu que baja del Famatina con la luz de la luna y la intensidad de las estrellas, en un cielo más negro que nada. José, agradecidísimo por el jaguar que paró a Ledesma en su pueblo. Orlando y su metabolismo de setenta que, en realidad, es eterno, joven e iluso.

Foto: Guadalupe Lombardo | Página|12
Y lo más puro, lo más real: nadie te niega nada. Todos entregan su alma y su confianza, a pesar de lo padecido. Guitarra y charango toca folklore mientras la flauta dulce quiere adivinar una canción de escuela –creo que es la única canción que se inventó para flauta dulce–. Nena de siete improvisa letras y su anárquico grito pide libertad para viajar con su guitarra; le exige, le reclama: a mamá.

La política está en todas partes. La gente en Alto Carrizal la construye desde los hechos, demuestra que la resistencia tiene sentido y que su convicción, pacífica y profunda, puede más que cualquier minera o cualquier lingote. Más que cualquier estratégico y traidor giro de la política de turno que se aprovecha de la fuerza del pueblo para basar sus negocios personales.

Vuelvo en camioneta destartalada que llevó el lechón para la cena y volvía sin chistar ni masticar. Mary y su marido relatan un derrotero que va del corte hasta Chilecito, pero tarda unas cuantas décadas. Décadas que me recordarán por siempre la "ele" estirada en cada "claro" de Mary; con un dejo de parsimonia y aprobación maternal. Llegamos y nos miramos; nos fundimos, cómplices. Un abrazo nos despide, un hasta pronto precede a un gracias por venir; la camioneta arranca rumiante y el hermoso matrimonio sigue al hogar que trabajan día a día, sin sueldos ni dádivas que los mantenga. 

Pido un sillón. Recepcionista hace un mes, el “jefe” le sabrá decir. Que no, claro. Y él, Oscar, se cansa de pedir disculpas. Me ofrece jugo frío y lo rechazo, lo abrazo y me voy. El Cristo aún vigila. Yo entiendo algo más. Esta pelea ya está ganada. Esta cruzada ya es victoria desde que el famatinense es famatinense y el chileciteño, lo propio. Hay algo que está claro desde el principio, y seguirá intransigente e inquebrantable le pese a quien le pese. Hay un grito que ya es Pueblo, y no se negocia: el Famatina no se toca.

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