La UAC -Unión de Asambleas Ciudadanas- avanzó sobre Atucha el sábado 21 de mayo de 2011 exigiendo debatir la matriz energética nacional
Acotaciones surgidas de la movilización del sábado 21 de mayo, misceláneas que reflejan el éxito obtenido y empujan al asambleismo a profundizar este tipo de acciones.
Instalar el debate nuclear en el plano nacional es el objetivo inmediato. La caravana y concentración en Atucha, frente a las centrales y en la ciudad de Zárate, fue convocada por la Unión de Asambleas Ciudadanas (UAC). Causó sorpresa el buen recibimiento fabril y la participación del habitante de Zárate. La alegría final disipó temores infundados.
El contacto con los obreros de Atucha produjo sensaciones dispares, en un marco de inquietante emoción. El preconcepto de ser rechazados en ese escenario, elegido para manifestarnos, había turbado la mente de algunos militantes bajo sospecha de actos de violencia y de enfrentamientos no deseados.
Nada de eso ocurrió, salvo aisladas excepciones de aquellos soliviantados que denostaban el altruismo antinuclear, con expresiones que no eran creídas ni por ellos mismos. De cinco mil obreros no sumaron doce los “ofendidos” por el mensaje socio ambiental. La mayoría de los trabajadores aceptó el volante que reproducía las razones de la movilización en contra de la energía nucleoeléctrica, algunos lo estamparon en la ventanilla del autobús que los regresaba a sus casas y otros lo guardaban en bolsillos o mochilas, no hubo papeles en el suelo; varios gesticularon con el pulgar levantado en alegórico acuerdo. La mayoría ejerció el silencio y el respeto. Por los altoparlantes que ubicamos en el playón y acceso a las plantas, explicábamos que en otros países se retorna de este tipo de producción energética con reconversión laboral hacia otras fuentes de energía. Algunos obreros contestaron que “alguien debe hacer el trabajo”, que “se requiere trabajo;” a semejanza de los japoneses de Tokaimura cuando, en 1999, tuvieron que desalojar las viviendas contiguas a la planta por fugas radiactivas que afectaron a 310.000 personas y gravemente a medio centenar de operarios; en aquella ocasión volvieron al trabajo por la paga, admitiendo los riesgos emergentes de esa fábrica de reprocesamiento de combustible nuclear gastado. En 1997 y 1999 los incidentes de Tokaimura no se debieron a terremotos ni tsunamis, como los vividos en Fukushima este año (2011).
Gendarmería Nacional quiso fijar sus reglas separando a trabajadores de movilizados, pero éstos últimos expusieron sus motivos, de modo que los volantes, “mejor activos hoy que radiactivos mañana”, fueron entregados en mano por una treintena de activistas a ambos lados de las puertas que comunican con las dos Atucha, en la margen derecha del río Paraná, tal como se había pensado y aceptado por las partes. El resto de los asambleístas terminaron mezclados con los operarios de Atucha a medida que salían. Las esferas de contención, de acero y concreto, que guardan los núcleos de los reactores de las dos centrales nucleoeléctricas aparecían al fondo, contextualizando argumentos. (Reconozcamos que, semanas antes, examinamos el lugar, el movimiento y la circulación de los trabajadores, transportes y fuerzas del orden. Lo fundamental se había previsto).
Accionar contra Atucha es para muchos de nosotros una razón de vida, un compromiso pendiente. De Atucha I (la primera en su tipo en Latinoamérica) y de Embalse Río Tercero, Córdoba, salen buena parte de los residuos radiactivos que tenían el destino de Gastre. Ininterrumpidamente desde 1986 hasta el 2000 agitamos La Patagonia impidiendo la instalación del primer repositorio de desechos radiactivos de alta actividad, proyectado para Sierra del Medio, inmediaciones de la población chubutense de Gastre. Al día de hoy, los barones del átomo no cuentan con gestión definitiva de residuos radiactivos en ningún lugar del planeta. Nuestras luchas en el sur austral impidieron uno de ellos, el primero. En los países del Norte hubo oposición y fracaso de instalaciones semejantes.
El plan nuclear, concebido en tiempos de la dictadura militar argentina, previó seis centrales nucleoeléctricas y en el distrito de Zárate nadie duda de que ese departamento fue elegido como receptor de cuatro de ellas. Atucha I es obsoleta y extender su vida útil no mereció recomendación favorable de los organismos internacionales que reglan su funcionamiento. La necesidad imperiosa de las corporaciones mineras de contar con suficiente energía lanzó de manera oportunista al lobby nucleócrata enquistado en las oficinas del Estado nacional: “cualquier tipo de energía sirve y se necesita”, repican insistentes los funcionarios del sector, agregando, “cuidamos el medio ambiente”, cantinela poco convincente intentando alargarle la vida a centrales en etapa terminal.
La marcha a las dos Atucha la iniciamos en el Espacio Chico Mendes, en Capital Federal (Asamblea del Cid) con demoras e inconvenientes. La Policía Federal nos indagó procurando saber la ruta de los manifestantes a requerimiento de la policía de la provincia. Con algún retraso recogimos a compañeros en Plaza Italia y en Puente Saavedra, otros vehículos quedaron demorados en Buenos Aires esperando a los asambleístas más rezagados.
En Vicente López cumplimos con la primera etapa de la marcha. Se plegaron compañeros del Espacio Intercuencas, fue una verdadera fiesta ver a familias completas de ese colectivo social ambientalista, con sus hijos, formando la caravana. Lo propio ocurrió en san Isidro, en las calles Márquez y Colectora, donde completamos la columna hacia Atucha. A poco de franquear el peaje a la altura del municipio de Lima, ascendió el último pasajero, un luchador de la ciudad de Zárate que vivió toda esta venturosa odisea como un milagro de voluntades asociadas. Esperó a la caravana con los brazos abiertos. Sintió -dijo- “unidad y compañerismo” que lo revitalizan y motivan a continuar esta lucha.
Para entonces, dos motociclistas de la policía provincial abrían la ruta al frente de la caravana de micro y autos, acompañando la columna hasta llegar a las centrales donde una dotación de Gendarmería Nacional controla acceso e instalaciones; de inmediato se produjo un intercambio mesurado de objeciones y razones, y debatimos con ellos la forma en que haríamos nuestra actividad.
Fotógrafos y camarógrafos de esa repartición militar registraron los movimientos de la movilización mientras nos identificaban, cosa que también teníamos prevista. Algunos compañeros reclamaron con firmeza su desagrado por el tipo de fichaje fotográfico que se extendió a cada uno de los autos arribados,
Los jefes de la guarnición nos ponían condiciones, solicitamos que se respetaran las nuestras y todo finalizó de común acuerdo y en paz. A la cinco en punto de la tarde -diría Federico García Lorca- repartimos los volantes en mano, uno por uno, mirando a cada uno de los cinco mil obreros que los recibían con distinta suerte. Los brazos y puños lanzados hacia arriba, dibujados en el logo de la UAC, estampados en el volante, precedían el “No a la energía nuclear”.
Instalamos con el compañero Sergio los equipos de sonido del colectivo Che Pibe y comenzamos nuestra proclama. Para entonces, el objetivo se estaba cumpliendo mejor de lo pensado. Relatamos documentadas historias de tragedias nucleares. Recordamos Three Miles Island, Chernobyl y Fukushima, entre muchos otros desastres nucleares, pero también toda la minería de uranio que la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA) abandonó a su suerte y a la intemperie de lluvias y vientos, sin remediar, sin restituir. Nadie interrumpió nuestro discurso. Hubo mutuo respeto y a medida que salían los trabajadores reforzábamos la apuesta del mensaje.
¿Qué nos faltó, qué tendría que haber ocurrido?
Instalar estos hechos en el plano nacional. Difundir y documentar estas acciones, y que la población entienda que hay muchos otros habitantes dando pasos animadamente y sin temor, enfatizando con orgullo que cada cual tome una posición con respecto a la energía nuclear, provocar la discusión por sí o por no, porque frente a este flagelo quedarse al margen es inmoral. El silencio oficial ante los sucesos de Fukushima lo denunciamos reiteradamente por los altavoces. Pero se requiere mayor divulgación. Se trata de un silencio que no sorprende pero que alarma y fastidia frente a la tragedia del pueblo oriental que perdió parte de su territorio a manos de la radiación que emiten diariamente los núcleos de los reactores fundidos, las piscinas quebradas, los tambores con desechos radiactivos de alta actividad colapsados, sin explicaciones claras sobre situación y destino, después de los terremotos y tsunami.
Algunos medios de prensa de alcance nacional pidieron imágenes de la movilización a Atucha, era deseable que hubieran participado con sus equipos y profesionales. En cambio, fueron varios los medios de prensa alternativos que registraron la concentración en el predio de las nucleoeléctricas, acompañando al activismo. Numerosas imágenes recogen la histórica marcha, un camino a seguir y método obligado para instalar la discusión pública acerca de la tecnología nuclear: movilización popular y democratización de los derechos ciudadanos mediante consultas populares.
Si bien habíamos logrado el objetivo, decidimos continuar con nuestro mensaje en la ciudad de Zárate; mucha gente detuvo su andar en la calle peatonal, donde volvimos a instalar equipos y micrófonos. Algunos conmovidos, otros tal vez expectantes y curiosos. Claro que la potencia de los altavoces era significativa y la gente que transitaba, que era mucha, se detenía a escuchar.
Seguimos utilizando carteles y volantes, cansados pero felices al haber logrado la difusión deseada. No hubo un solo asambleísta movilizado que no manifestara su alegría por una jornada plena, ilusionados con la posibilidad de cambio del paradigma energético. La denuncia y la protesta tuvieron destino. Todos vivieron en Atucha momentos únicos. Nadie podrá olvidar la ola humana de trabajadores, al concluir una jornada, individuos que surgían en bloque -por millares- de la fábrica atómica. La mayoría son obreros contratados por Nucleoeléctrica Argentina Sociedad Anónima (NASA) con intención de apurar la puesta en marcha de Atucha II. A ellos se les entregó material informativo y nuestra voz recorrió todo el espacio hasta que partió el último vehículo dejando el predio en el más absoluto silencio a merced de las faraónicas bóvedas de fisión atómica. Dedicamos un buen espacio para advertir que a la vieja Atucha le intentan extender los tiempos de producción energética, de modo que explicamos lo que hace el mundillo nuclear cuando caduca la vida útil de estas plantas y las convierte -eternamente- en sepulcros de desechos radiactivos. Atucha, arcaica y gastada, es peligrosa; los organismos internacionales que rigen el funcionamiento de estas construcciones habían sugerido su cierre, tal como ahora se supo -tardíamente- de las centrales de Fukushima, vetustas cajas de hormigón con tecnología de los años setenta.
Esta marcha -como muchas otras que se hicieron y se hacen- marca la nueva fórmula del político-ecologista-social, del militante asambleísta que hace su trabajo de campo impulsando otro paradigma. Se puede. Hay que proponérselo. Nada es imposible. Se busca otro sistema que rija el futuro de nuestros pueblos, no otro modelo, otro sistema.
Ver a ciudadanos de Zárate acercarse al micrófono y decir lo que piensan, contar los casos de enfermedades terminales o mencionar el grado de corrupción de los señores del átomo, fue un triunfo significativo de esta movida antinuclear, gestada meses antes en la UAC entrerriana de Colón, por muchos compañeros que instaban a una seria respuesta al silencio autoritario nacional en torno a la tragedia japonesa de Fukushima, al fracaso nuclear, a reabrir el debate anunciado por muchos países después del holocausto radiactivo del gigante asiático de la economía y del consumo globales. ¿Podrá algún mojigato nuclear seguir manipulando el valor del kilovatio nucleoeléctrico? Sólo con soberbia cientificista, falacia y abundante mendacidad.
En casi todas las asambleas de la UAC veníamos tratando la cuestión nuclear. El caso de la minería de uranio, sin remediar en todo el país, permitía y obligaba la discusión, a pesar de aquellos que tomaban distancia porque alguna vez escucharon que la nuclear era “una tecnología de punta”. Las imágenes humeantes de Fukushima posibilitaron que muchos, ahora, prestaran atención a nuestras demandas. Tal vez sea el momento de romper el silencio oficial y el de los taciturnos sometidos.
Es inevitable pensar con doloroso nihilismo, y más difícil aún borrar de nuestras mentes la sincronía de plantas nucleares de igual generación, las centrales japonesas y argentinas. Lima y Zárate ¿alguna vez serán ciudades fantasmas como la ucraniana Pripyat, dormitorio de Chernobyl?
En los pueblos vacíos alrededor de Fukushima Daiichi reina el silencio. La pequeña población japonesa de Katsurao se suma a los 85.000 habitantes que ya fueron evacuados. Se decomisó todo tipo de alimento, se sacrificó el ganado. Los oriundos de los pueblos próximos son discriminados al abandonar la región. Japón perdió territorio.
¿Cuál sería el destino de la región bonaerense de Zárate, de su gente y de los pueblos vecinos hasta el centro de la metrópoli porteña, separada por solo 100 kilómetros de la Atucha del Paraná La Palmas, si se produjera un Chernobyl (Rusia 1986), o el patético caso de Harrisburg (Pensilvania 1979, USA) o el impensado holocausto japonés de Fukushima? Los miserables 360 megavatios de potencia instalada de Atucha ¿justifican semejante castigo?
Reclinados en nuestros asientos, de regreso, algunos cavilábamos paralelismos y conjeturábamos al Japón que predice ahora el cierre de sus cincuenta y tantos reactores nucleares, a la autoridad regulatoria nuclear de los Estados Unidos que hace décadas no recibe propuestas de nuevas centrales, a la Europa que discute el destino de las numerosas ruletas rusas nucleares dispuestas sobre quinientos millones de habitantes, y a muchos países que en los cinco continentes frena o repliega sus proyectos de energía atómica. ¿Acaso se volvieron ecologistas antinucleares? Ciertamente que no, pero en el sistema capitalista prima la rentabilidad y esta fuente energética es cara y sucia, no es barata ni limpia, concepto expresado en los años ochenta por la autoridad nuclear norteamericana: “Cuesta más la gestión de los residuos radiactivos que la energía misma”.
¿Cómo fue posible que regiones de alta sismicidad construyeran plantas de este tipo, acaso para inmolarse? ¿Qué experto fue capaz de lavar la mente del chileno que concibió la posibilidad de dos reactores nucleares en los Andes sísmicos, seguramente arrepentido ya de haberlo pensado? ¿Qué derecho humano avanza infausto sobre nuestros destinos, incapaz de evitar nubes radiactivas que rotan caprichosamente alrededor del planeta?
Atucha se halla aguas arriba de un enorme conglomerado humano, al que la imbecilidad del experto le advierte, -como primera medida ante la eventualidad de un colapso nuclear-, encerrarse en su casa a la espera de indicaciones de la autoridad competente: “¡Enciérrense en sus casas!” (“Sellen puertas y ventanas” y, si pueden, no salgan a la calle) (?)
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Autor y contacto:
Javier Rodríguez Pardo
Móvil: (011) 15 6748 5340
Movimiento Antinuclear del Chubut (MACH) - Red Nacional de Acción Ecologista, Argentina (RENACE), UNION DE ASAMBLEAS CIUDADANAS (UAC)
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