lunes, 9 de mayo de 2011

DCXIX | Dominó universal

Hay un puño que aprieta rauda y tenazmente mi diafragma, una sucesión de malos tragos, de leches cortadas y congojas pasadas que se mecen sobre mi cuello. No hay aquí confesión ni catarsis que valga. No quiero convertir este espacio en subterfugio del pesar tan propio. Quizás fuera otra etapa, la que todo lo regala, hasta los dolores que a nadie interesan.

Pero verdad es que se cruzan como hilos que urden un tejido no tan distinto al que hilvana la propia araña, con el objeto inalterable de atrapar en él, al más indefenso insecto que aproxime la aventura de su andar a los dominios del claustro insalvable.

No quiero más noticieros. No más tapas de diario comentando parciales atrocidades, yuxtapuestas y maniqueas. No al grito desgarrado del hombre preso de la urdimbre asesina del hombre. Tendrá el Sur un payé particular, tan lejano pero tan símil, que disminuye intensidades y aceita los engranajes propios del cambio inexorable. Mi ser más querido me regaló ayer una obra londinense que rezaba: change is inevitable –el cambio es inevitable. No sólo es inevitable; el cambio es imprescindible.

¿Hacia dónde marchamos? Jamás lo sabremos, pero estamos construyendo el camino sin darnos cuenta y de allí nuestra enorme responsabilidad de saber cómo inventarlo, en qué direcciones, con qué preceptos, qué valores.

Quisiera poder sentir más el camino, que el horizonte sea móvil pero no objeto; no convertir cada puesta del sol en lucha que evite la oscuridad de la noche, ni de cada alba un encandilamiento.

Carajo; mañana va a ser uno de esos días que uno debe estar –y estará– firme, entero, pero las migas caen a los costados como un trozo de pan viejo que se presta a ser devorado impiadosamente por los hambrientos, por la angurria universal del desatino y las angustias ajenas.

Pero al margen de mañana, hay tanto –o tan poco– por hacer, dependiendo de la perspectiva, que no vale nada más que la vida misma, sin el deber ser, sino el deber de ser, como único y auténtico mandamiento.

Hoy tengo un regalo, hoy el camino me depara una sonrisa. Allí voy y pongo en pausa los mañanas. Los encuentros del presente que son únicos y auténticos, son la vida que hace falta para andar con la espalda erguida y el mundo a cuestas. Mañana será otro día. El mundo ya habrá cambiado.

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