jueves, 31 de diciembre de 2009

CDXVII: Aniversarios

Cinco años de zapatillas pendulantes,
expectantes, inertes.
Vestigios de recuerdo,
trozos de alma resquebrajada 
y ausente
en la madeja de despojos que condena a un padre,
la impunidad.

Cincuenta y uno de un triunfo
tan ajeno como propio,
de una Manila rebosante del fulgor
y la algarabía, los bailes y disparos
de las columnas vertebrales 
e insurgentes
del nuevo continente.

Dos mil diez de un mesías
parcial, de muchos
o pocos,
pero encarnándose en la historia
oficial, de los libros y los años,
y la esperanza,
y las muertes. Y el mañana.

Y los gorriones, batiendo sus alas
entre decesos e incursiones heróicas,
cleptos, Marx y teos varios,
picotearon lombrices en su nido
con el temor de los mediocres
a lo desconocido.

Los halcones hacían la historia
mientras cobardes aves migratorias,
mercenarias, la escribían.
Los gorriones, tantos, contemplaban,
y cantaban y batían
y se amaban
y perdían. Y lloraban.

¿Y qué pasaría, Mario,
si sólo aves encarnásemos,
sin importar la especie,
el color, 
el estoicismo genético,
la debilidad natural?

Seríamos cuento, tal vez,
poesía y destello azul.
Paraísos a domicilio, la
sorpresa terca de la constancia.
Y volaríamos junto a las hadas,
mientras el analfabeto 
muere de hambre, a la izquierda
de la segunda estrella,
olvidada por aquellos que sólo
viran a la derecha, hacia el amanecer.

Que el poeta escriba esas palabras
que deslizan una pluma zigzagueante
y suave
por la espalda desnuda, que espera certera 
el disparo del verdugo.

Y los cantores resquebrajen
el alma, con sus versos imposibles,
la más vera expectación. 

Que los gorriones silben,
y se abracen y se amen
enarbolando sueños en el éter
del solsticio de la pasión.

Y el halcón, se mire al espejo,
y reconozca, sin vergüenza,
el aleteo tímido de su mariposa interior,
el arcoiris que en su retina arde,
el espectro que devuelve el prisma del mundo
y su centella de revolución.

Y al fin, que todos levanten la copa,
y viajen al futuro para mirar atrás y
seguir viendo mañana;
que lancen un disparo a la memoria
para inmortalizarla,
y en un estallido de cristal
brote la carcajada del mundo.

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